miércoles, 8 de noviembre de 2017

La Revolución rusa, una revolución libertaria (y II)

El acorazado 'Aurora' ilumina el Palacio de Invierno
en la madrugada del 8 de noviembre de 1917.


Por FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA


El domingo sangriento

El 22 de enero de 1905 una gran multitud se dirigía pacíficamente en San Petersburgo hacia el Palacio de Invierno para pedir justicia al zar Nicolás II. El ejército cargó brutalmente contra los manifestantes causando cien muertos y centenares de heridos. A partir de entonces las protestas populares se sucedieron en cascada. El 15 de junio tuvo lugar la insurrección de los marineros del acorazado Potemkin que enarbolaron la bandera roja de la revolución social. Eisenstein inmortalizó en una película los acontecimientos. Del 20 al 30 de octubre de ese mismo año los trabajadores convocaron una huelga revolucionaria, de modo que Nicolás II terminó promulgando el Manifiesto de Octubre en el que prometía libertad de asociación, libertad de expresión y apertura de la Duma, el Parlamento, así como elecciones libres. Tras las elecciones, y en un clima de Cortes constituyentes, el zar optó a los 73 días por disolver el Parlamento. Sin embargo la dinámica social de protestas que se había abierto en Rusia en 1905, motivada en buena medida por el descontento popular frente a la guerra ruso-japonesa, señalaba un cambio de rumbo respecto al Antiguo Régimen.

El interés de los intelectuales europeos por Rusia se había avivado con las guerras napoleónicas y creció con el importante desarrollo de la literatura rusa. Como observó Maximilian Rubel no es una exageración afirmar que Marx dedicó los últimos años de su vida a descifrar el misterio de la revolución en Rusia, interés que no era ajeno al duro enfrentamiento mantenido con Bakunin en el seno de la AIT. En unas anotaciones de Marx a Estatismo y anarquía de Bakunin reprochaba al revolucionario ruso la creencia de que una revolución económica pueda surgir en cualquier tipo de sociedad. Para Marx la revolución en una perspectiva socialista requiere previamente la industrialización y la revolución burguesa, es decir, unas condiciones sociales e intelectuales propias de un tipo de sociedad económicamente desarrollada. No es extraño por tanto su reproche a Bakunin: «¡Pretende que la revolución social europea, fundada sobre la base económica de la producción capitalista sea efectuada por los agricultores y pastores rusos y eslavos…! El voluntarismo y no las condiciones económicas es la base de su revolución social» [12]. Marx creía que en Rusia había condiciones para una revolución rural antiseñorial, y que esta podría coexistir con la revolución proletaria en Occidente. Así lo ponen de relieve Marx y Engels en el prólogo a la segunda edición rusa del Manifiesto comunista, un año antes de la muerte de Marx.

Rubel defiende la idea de que frente a la concepción de Marx, para quien el proletariado es el sujeto consciente que opera su propia emancipación rompiendo las cadenas de la explotación capitalista, Lenin planteó la necesidad de que una minoría consciente, organizada jerárquicamente en el interior del partido revolucionario, fuese la responsable de inculcar en el proletariado, desde fuera, la conciencia revolucionaria. Así fue como se pasó de la autodeterminación de la clase obrera a la sumisión de la clase obrera a la iniciativa del Partido Comunista, convertido en la verdadera vanguardia de la revolución. «¡Dadnos una organización de revolucionarios y removeremos a Rusia de sus cimientos!», escribió Lenin en el ¿Qué hacer?. Por delante aún de esa vanguardia, en consonancia con una organización que reposaba sobre el llamado 'centralismo democrático' —una contradicción en los términos— reinaba a sus anchas el Secretario General del Partido, convertido en el dirigente máximo dotado de poderes totales. Se comprende así la tesis de Rubel según la cual «sin Lenin no hay Stalin». Fue Lenin quien defendió la subordinación de la voluntad de miles de hombres a la de uno sólo, y quien defendió que «la experiencia irrefutable de la historia muestra que la dictadura personal ha sido con mucha frecuencia, en el curso de los movimientos revolucionarios, la expresión de la dictaduras de las clases revolucionarias, su portadora y su vehículo» [13]. En este sentido ni Lenin ni Stalin estaban muy alejados de los teóricos del elitismo, de los pensadores neomaquiavélicos, para quienes únicamente las élites pueden dirigir a las masas ignorantes. El triunfo de la Revolución de Octubre, construida con estos mimbres, impidió que se impusiese a la vez el triunfo de la democracia. Como señaló Lenin el 8 de marzo de 1918 ante el VII Congreso del Partido «el viejo concepto de democracia ha quedado superado en el proceso de desarrollo de nuestra revolución».

El Domingo Rojo precedente
de la Revolución de 1905
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Rosa Luxemburg, en un escrito de 1903-1904 sobre la organización de la socialdemocracia rusa planteó un problema sociológico interesante que suponía un paso más en las reflexiones de Marx: «¿Qué sentido tenía crear en Rusia un partido socialdemócrata si en el país, por su carácter agrario y semifeudal, no se había instaurado aún un dominio de la burguesía sobre el proletariado?» A la pregunta se podía responder apelando a un frente único reformista y de oposición al zar, pero también apelando a una revolución que quemase con celeridad la etapa de la revolución burguesa. Por parte de los anarquistas Kropotkin, en La conquista del pan, planteaba la necesidad de no abandonar, en aras del obrerismo, el papel revolucionario del campesinado. Por su parte los bolcheviques se constituyeron en un grupo de revolucionarios profesionales dispuestos a sustituir al poder absoluto de los zares por el poder del Partido Bolchevique. Sirva de prueba el testimonio de la época del escritor Máximo Gorki tras el triunfo de la revolución: «¿Una República soviética? Palabras huecas. En realidad se trata de una república oligárquica, una república de un sólo comisario popular. ¿En qué se han transformado los soviets locales? En apéndices pasivos y esclavos del "Comité de Guerra Revolucionario" bolchevique, o en comisarios nombrados desde arriba» [14].

Rusia, el país de Dostoievski y Tolstoi, el país de Bakunin y Kropotkin, no reaccionó contra el zar Nicolás II aguijoneado por los bolcheviques, como erróneamente sostiene la vulgata marxista al uso. La resistencia fue eminentemente socialista y anarquista hasta el punto de que se podría formular la tesis de que la Revolución rusa fue sobre todo una revolución libertaria, una revolución antiautoriataria basada en el odio al Estado, en el cuestionamiento de la democracia parlamentaria, y, correlativamente, en la fe ciega en la democracia directa.

Entre la Revolución de Febrero de 1917 que obligó a abdicar al zar, y que puso término a un inmenso Imperio que duró dos siglos, y la Revolución de Octubre, que abrió el camino al poder de Lenin y de su partido, se encuentra una organización de masas de carácter predominantemente socialista y anarquista que hizo posible una revolución social antes de que se produjese la revolución política operada por los bolcheviques: los soviets. La organización de los soviets, la formación en las fábricas, en las ciudades y en los pueblos de los consejos de obreros, campesinos y soldados, permitió crear un nuevo tipo de asociaciones asamblearias, antiautoritarias, vertebradas por la democracia popular. El soviet de San Petersburgo que Trotski llegó a presidir en 1905, se constituyó oficialmente el 27 de febrero de 1917 y en ese mismo día hizo un llamamiento a todas las Rusias para mantenerse en el combate hasta llegar a instaurar un gobierno revolucionario. Al mismo tiempo la Duma había constituido un «Comité para el restablecimiento del orden y las relaciones con las instituciones y las personalidades», de modo que cuando el zar abdicó se enfrentaban en Rusia dos concepciones diferentes de la democracia: la democracia parlamentaria, representativa, y la democracia directa de los soviets. Las Tesis de abril de Lenin, en las que proclamaba «¡Todo el poder a los soviets!», se caracterizan precisamente por apoyar de forma decidida el poder popular de los soviets, es decir, la democracia directa constituida a partir de la experiencia de la Comuna de París.

Lenin y Stalin, padres de la URSS.

El soviet de Petersburgo, con mayoría anarquista y socialista, dio entre febrero y octubre de 1917 claras pruebas de moderación apoyando la propuesta de Sujanov de aceptar una Duma siempre y cuando se profundizase en el proceso de democratización. Cuando el Gobierno provisional se constituyó se entrevistó inmediatamente con los delegados del soviet. Paralelamente a la constitución del gobierno los anarquistas comenzaron a profundizar el proceso de revolución social transformando las instituciones, ocupando las fábricas y autogestionándolas, reglamentando en ocho horas la jornada laboral, socializando la tierra a partir del lema de que la tierra es para quien la trabaja. Paralelamente, en plena guerra, los libertarios procedieron a sustituir la disciplina prusiana reinante en el ejército zarista por la formación de un ejército popular. Con independencia del poder político entre febrero y octubre los anarquistas inspiraron en Rusia una revolución social. Como escribió Marc Ferro, un buen conocedor de la historia de la Revolución, «los soviets no sólo desempeñaban el papel de un contrapoder, de una fortaleza proletaria, en una sociedad burguesa, encargados de garantizar la instauración de instituciones democráticas. Eran a la vez el instrumento de la destrucción del Antiguo Estado y el embrión de un nuevo Estado proletario, semejante a la Comuna de París» [15].


Los bolcheviques y el poder

En la primavera de 1902 salió a la luz el ¿Qué hacer? de Lenin, un libro en el que el gran dirigente bolchevique defendió que sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, y que el movimiento espontáneo de los trabajadores no puede ir más allá de las reivindicaciones puntuales de carácter sindical, por lo que la misión de un partido revolucionario es aportar a las masas, desde el exterior, el conocimiento científico socialista [16]. Por esto la tarea de un verdadero partido socialdemócrata es «combatir la espontaneidad» del movimiento obrero. Para Lenin la misión del Partido Bolchevique era reunir a un grupo selecto de revolucionarios profesionales, «un estado mayor de agitadores profesionales», que, convertidos en un ejército en lucha contra los autócratas y contra la burguesía, educase a la clase obrera, desarrollase su conciencia política, y la preparase para la revolución social y política. Lenin hizo del Partido Bolchevique «un ejército permanente de combatientes experimentados encargados de llevar a cabo la insurrección armada del pueblo». Para preparar la guerra civil, la prensa revolucionaria, la propaganda, la agitación son armas indispensables. Con ellas esta minoría consciente, totalmente entregada a la causa de la revolución, proporciona el fuego de su espíritu a las masas en una lucha de clases sin cuartel. «Lo que necesitamos es una organización militar de activistas», exclama Lenin. La concepción leninista del partido se sitúa en las antípodas del valor que conceden los anarquistas a la democracia obrera y al desarrollo espontáneo de las masas. Más lejos aún queda el pacifismo de los anarquistas seguidores de las doctrinas de Tolstoi. De hecho las distancias entre el marxismo y el anarquismo habían sido subrayadas por J. Plejanov, el introductor del marxismo en Rusia. Plejanov publicó en alemán en 1894 un interesante escrito titulado Contra el anarquismo, en el que se enfrenta a Kropotkin, Bakunin, y a toda la tradición anarquista por considerarla la otra cara del laissez-faire. El hecho de dedicar al anarquismo un libro de impugnación no deja de ser un reconocimiento de la fuerza creciente de los libertarios en Rusia. Por otra parte, entre los miembros del Partido Bolchevique uno de los primeros en impugnar el anarquismo fue Stalin en 1907. En un marco por tanto de un pensamiento marxista ruso enormemente contrario al anarquismo resulta aún mucho más excepcional la posición conciliadora de Lenin en 1917 [17].

Todo el poder a los soviets, pero sin ellos.

Lenin entró en la estación de Finlandia de Petrogrado, en el famoso vagón blindado, tras la Revolución de Febrero que se saldó con la caída del zar. Se disputaban entonces el poder de un lado los soviets, y del otro el Gobierno Provisional. Lenin, en las famosas Tesis de abril, optó por el poder de los soviets: «¡Todo el poder a los soviets!» Pero la proximidad con los planteamientos anarquistas es aún más diáfana en El Estado y la revolución, un libro escrito entre abril y agosto de 1917 y en el que abundan los guiños a los planteamientos libertarios. He aquí un ejemplo: «Marx está de acuerdo con Proudhon en el sentido de que ambos están a favor de la "demolición" de la actual máquina del Estado. Esta similitud del marxismo con el anarquismo (tanto con Proudhon como con Bakunin) ni los oportunistas ni los kautskistas la quieren reconocer pues, sobre este punto, se han alejado del marxismo» [18]. Lenin consideraba que la revolución en Rusia era la prolongación de la Comuna de París defendida con ardor por los libertarios. Mantiene sin duda las distancias entre marxismo y anarquismo en lo que se refiere a la distinción entre extinción y supresión del Estado pero, frente al ¿Qué hacer? ahora es el proletariado y no el partido «la vanguardia armada de todos los explotados y de todos los trabajadores a la que es preciso subordinarse» [19]. El poder del Comité Central y del secretario general son sustituidos por el poder social del proletariado en lucha, de modo que los anarquistas nada tienen que temer de un Estado soviético en sentido estricto, pues los soviets son la verdadera expresión de la voluntad popular. Aún más, para subrayar su posición en la izquierda revolucionaria, a favor de una mayor democracia y en lucha abierta contra la burocratización, Lenin, al final de El Estado y la revolución, no se ahorra un comentario despectivo contra «Kropotkin y consortes que andan al rabo de la burguesía» [20]. De hecho Kropotkin, tras su llegada a Rusia en junio de 1917, había adoptado una posición moderada y conciliadora, hasta el punto de que fue invitado por Kerenski a incorporarse como ministro del Gobierno Provisional, ofrecimiento que el viejo anarquista rechazó sin dudar pues lo consideraba incompatible con su oposición a toda forma de Estado. Por otra parte La conquista del pan, un libro que se publicó por vez primera en París en 1892, constituía un verdadero programa de transición al socialismo a partir de las colectivizaciones locales. Es lógico que Lenin considerarse a Kropotkin un adversario a neutralizar.

En 1904 Rosa Luxemburg había publicado en Die Neue Zeit, la revista teórica del SPD dirigida por Kautsky, un artículo titulado «Problemas de organización de la socialdemocracia rusa» en el que cuestionaba la tendencia ultracentralista de los bolcheviques que «rebajan al proletariado combativo a la condición de un instrumento dócil de un "comité"». Acusa al Lenin del ¿Qué hacer? de privilegiar el control sobre la actividad revolucionaria y de tener una concepción demasiado mecanicista de la organización socialdemócrata: «Conceder a la dirección del partido ese poder absoluto de carácter negativo que Lenin propone, implica elevar a una potencia peligrosísima el carácter conservador que tiene esencialmente toda dirección» [21].

En 1918 Rosa Luxemburg escribió en la cárcel un texto sobre «La revolución rusa». Tras saludar la revolución como «el acontecimiento más grandioso de la guerra mundial» pasó a realizar un análisis crítico en el que cuestionaba la abolición de la democracia popular por los bolcheviques, su «rechazo de plano de las representaciones populares. La libertad que se concede únicamente a los partidarios del gobierno y a los miembros del partido, por numerosos que sean estos, no es libertad. La libertad es solamente libertad para los que piensan de otro modo. (…) La dictadura de Lenin y Trotski parte de un presupuesto tácito, según el cual la revolución socialista es cosa que ha de hacerse mediante una receta que tiene preparada el partido de la revolución. Sin embargo sin sufragio universal, libertad ilimitada de prensa y de reunión, y sin contraste libre de opiniones, se extingue la vida de toda de toda institución pública, se convierte en una vida aparente, en la que la burocracia queda como único elemento activo» [22]. Rosa Luxemburg denunciaba ya en 1918 la posibilidad de que la revolución de los soviets derivase en «una dictadura de un puñado de políticos. Una vez en el poder —escribe—, la tarea histórica del proletariado es sustituir la democracia burguesa por la democracia socialista y no abolir toda clase de democracia». El error de base es contraponer dictadura y democracia, un error no sólo compartido por Lenin y Trotski sino también por el renegado Kautsky que, a diferencia de los bolcheviques opta por la democracia burguesa frente a la dictadura del proletariado. Para Rosa Luxemburg, que a diferencia de leninistas y socialdemócratas compartía con los anarquistas la confianza en la democracia de masas como fuente de la experiencia y transformación política, «la democracia socialista no es otra cosa que la dictadura del proletariado».

La posición intelectual de Lenin en El Estado y la revolución contrasta tanto con la materialización efectiva del poder del Estado en manos de los bolcheviques, tras el triunfo de la Revolución, que nos podríamos preguntar si los textos de Lenin no están movidos por el oportunismo político. Rosa Luxemburg excluye la mala fe de los bolcheviques y atribuye las limitaciones de la democracia popular al hostigamiento imperialista, a la falta de solidaridad con la revolución del proletariado internacional, al aislamiento del país y al agotamiento provocado por la guerra.

Trotski, creador del Ejército Rojo.

La primera desavenencia entre bolcheviques y anarquistas se produjo inmediatamente después de la Revolución de Octubre con motivo de las elecciones a la Asamblea Constituyente, pues los anarquistas consideraban que las elecciones suponían un retroceso frente a la democracia de los soviets. Las elecciones tuvieron sin embargo lugar el 15 de noviembre y de los 707 escaños los bolcheviques tan solo consiguieron 175. Los vencedores de esta contienda electoral fueron los socialistas revolucionarios que obtuvieron 370 diputados. Cuando la Asamblea se reunió en enero de 1918 los anarquistas la boicotearon. El anarquista Anatoli Zhelesniakov, al mando de un destacamento de marinos, dispersó a los diputados y el gobierno de los Comisarios del Pueblo, encabezado por Lenin, firmó el 6 de enero el decreto de disolución de la Asamblea que convertía la dispersión en un hecho consumado pues a su juicio la Asamblea tan sólo era representativa de un pasado ya superado. Una vez más anarquistas y bolcheviques se encontraban unidos en torno a la centralidad de los consejos de trabajadores. A partir de entonces la acción del gobierno pasó a sustituir a la democracia de los soviets y la estrecha colaboración mantenida entre bolcheviques y anarquistas, durante e inmediatamente después de la revolución, se comenzó a romper para pasar a convertirse en un abierto enfrentamiento. Cuando en ese mismo enero de 1918 tuvo lugar el III Congreso Pan-Ruso de los Soviets las divergencias entre anarquistas y bolcheviques afloraron: unos confiaban ciegamente en la creatividad auto-organizada de las masas, los otros en la acción centralizada y disciplinada del gobierno central. El maestro y anarquista Anatoli Gorélik publicó en Berlin en 1922 una memoria titulada Los anarquistas en la Revolución rusa en la que defiende que la mayor parte de los anarquistas, a pesar de sus críticas al centralismo, colaboraron con los bolcheviques en las instituciones de gobierno [23]. Una de las principales fuentes de discordia entre anarquistas y bolcheviques fue el Tratado de Paz de Brest-Litovsk firmado en marzo de 1918 que estipulaba unas condiciones humillantes para el nuevo Estado soviético. Los bolcheviques trataron de apagar las protestas anarquistas recurriendo a la Cheka.

Es bien conocida la vieja polémica entablada entre marxistas y libertarios sobre la naturaleza de la revolución y de la democracia. Mientras que los marxistas reclaman la revolución para tomar el poder e instaurar desde la cúspide del viejo Estado la dictadura del proletariado que abolirá el capitalismo y dará paso al socialismo, los libertarios, contrarios al monstruo frío del Estado y a toda dictadura, incluida la del proletariado, son partidarios de las colectivizaciones, la autogestión, la creación de espacios sociales socializados, y de la democracia directa. La Revolución rusa fue por tanto una revolución popular, predominantemente de carácter libertario que, especialmente a partir del enfrentamiento de Kronstadt fue instrumentalizada por los bolcheviques en beneficio de su propio poder. Marc Ferro nos recuerda con agudeza que «la consigna "Todo el poder a los soviets" gana primero la sección obrera del soviet de Petersburgo, luego el soviet de Moscú y más tarde decenas de soviets de obreros y soldados. De modo que la bolchevización no proviene de una adhesión explícita al Partido Bolchevique, sino de una adhesión masiva a las consignas de las instituciones revolucionarias (comités de fábricas, guardia roja, etcétera), que se organizan y se burocratizan para sobrevivir, antes de injertarse en el partido bolchevique» [24].

¿Cómo pudieron los bolcheviques imponer al poder popular horizontal una estructura piramidal de poder avalada por el centralismo democrático y más concretamente la personalización del poder en Lenin, y más tarde en Stalin? Sin duda el Partido Comunista dirigido por Lenin, un partido férreamente disciplinado, instrumentalizó la democracia directa en su favor en un clima de guerra y tras la intentona del golpe militar de Kornilov. Los bolcheviques controlaban además para ello la prensa política, lo que facilitó un rápido crecimiento de sus militantes, y contaban con revolucionarios profesionales, como Lenin y Trotski, que eran también oradores convincentes en las asambleas. Antes de la Revolución de Octubre Trotski presidía el influyente soviet de Petersburgo del que se sirvió para crear el Comité Militar Revolucionario Provisional (PVRK) que jugó un importante papel desencadenante de las jornadas de Octubre. Los anarquistas, que en torno a 1917 contaban con unos 40.000 militantes, editaban periódicos libertarios —unos cien entre 1917 y 1921, según Gorelik—, pero, a diferencia de los de los bolcheviques, presentaban predominantemente un carácter local y comunitario.

La revolución se hizo en nombre de los soviets, es decir bajo la bandera de la democracia popular, pero cuando tuvo lugar el II Congreso de los Soviets de los 673 delgados una mayoría de 390 aclamaban a los bolcheviques. La hasta entonces mayoría anarquista y socialista abandonó el Congreso denunciando el golpe de timón, pero inútilmente: «Los bolcheviques —señala Ferro— quedaron dueños absolutos del Congreso. En lo sucesivo iban a conservar el poder sólo para ellos y para siempre». El PVRK, controlado por los bolcheviques se convirtió en la encarnación del nuevo poder revolucionario desde el que era posible «vaciar el poder de los soviets» [25]. El 8 de marzo de 1918 Lenin declaraba ante el VII Congreso del Partido: «El viejo concepto de democracia ha quedado superado en el proceso de desarrollo de nuestra revolución» [26]. A pesar de que Lenin en El Estado y la revolución, un libro que escribió poco antes de la Revolución de Octubre, había defendido para aproximarse a los libertarios una concepción prácticamente libertaria del Estado, nunca el Partido Bolchevique abrió el camino a una verdadera democracia que pasaba por aceptar la posibilidad de disentir y de tener plena libertad para opinar y decidir.

En todo caso en el endurecimiento del poder bolchevique es preciso responsabilizar también a quienes en nombre del anarquismo no dudaron en recurrir al terror. Recuérdese que en septiembre de 1919 un grupo de anarquistas, entre los que se encontraba el trabajador ferroviario Kasimir Kovalevich, destacado activista en la Revolución de Octubre, protagonizó en Moscú un brutal atentado en la sede del Partido Comunista que se saldó con doce muertos y más de cuarenta heridos. Entre los heridos estaba Bujarin, el autor de El ABC del comunismo. La bomba fue colocada en represalia por las detenciones de anarquistas que protestaron contra el ya mencionado Tratado de Paz de Brest-Litovsk [27].

Masivo funeral de Kropotkin, 1921.

En marzo de 1919 los bolcheviques pusieron en marcha la III Internacional concebida como el Partido Mundial de la Revolución, pero un mes más tarde se estableció el servicio militar obligatorio y los campos de trabajos forzados para los delincuentes que, en el caso de los disidentes políticos, se transformaron en campos de concentración. Por la misma época Lenin hacía una llamada a los obreros para que trabajasen voluntariamente más horas extras en los llamados 'sábados comunistas', antes de preconizar la incorporación del taylorismo en las fábricas. Desarticulado el socialismo moderado únicamente quedaba desprenderse de los libertarios radicales, de los anarquistas. En abril de 1920 Lenin escribió El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo, un ataque abierto contra los anarquistas. A pesar de todo cuando el 9 de febrero de 1921 falleció Kropotkin el diario Pravda en primera página lamentaba la pérdida del gran revolucionario libertario. Al funeral de Kropotkin, el 13 de febrero de 1921, acudieron más de cien mil personas. Su féretro fue llevado a hombros en la Plaza Roja de Moscú por anarquistas autorizados a salir de la cárcel para la ocasión. El golpe final contra los anarquistas tuvo lugar apenas un mes más tarde de la muerte de Kropotkin, cuando se produjo la represión contra la insurrección de los marinos de Kronstadt que reclamaban el restablecimiento de la democracia obrera, y que fueron aplastados mediante el asalto, tras diez días de asedio, de 50.000 soldados del Ejército Rojo dirigido por Trotski en marzo de 1921. Los líderes anarquistas más significados fueron allí mismo fusilados. Los marinos de Kronstadt, que componían la tripulación del buque de guerra Aurora que en Octubre contribuyó con sus cañones a la toma del Palacio de Invierno, y que fueron saludados por Trotski como «el alma de la revolución», se veían ahora masacrados por el propio Ejército Rojo controlado por la disciplina de hierro impuesta por los bolcheviques [28].


Reflexiones finales: profundizar en los valores libertarios

Entre los anarquistas rusos y los bolcheviques existió un espacio común que les permitió avanzar juntos y participar con éxito unidos en la Revolución de Octubre. Ambos colectivos de activistas políticos de izquierdas compartían un común desprecio por la burguesía, querían abolir la propiedad privada y la democracia parlamentaria. Percibían el Estado como una máquina de guerra contra el proletariado y el campesinado, y para hacerle frente apelaron a la violencia revolucionaria de las clases explotadas. Pero sobre todo anarquistas y bolcheviques compartieron juntos la experiencia de los soviets, un ámbito de democracia popular desde el que prepararon la lucha contra los enemigos de clase. Abominaron del capitalismo imperialista, de la guerra entre las naciones, defendieron la paz y la abolición de la pena de muerte. Efectivamente la pena de muerte se abolió tras la Revolución en febrero de 1920, pero la guerra ruso-polaca hizo que se restableciese en mayo del mismo año y desde entonces, y especialmente durante el estalinismo, las ejecuciones sumarias estuvieron a la orden del día. Anarquistas y bolcheviques diferían en cómo canalizar la Revolución tras el derrocamiento de la burguesía. Mientras que los anarquistas apelaban a un sistema descentralizado de solidaridad que Kropotkin había desarrollado con brillantez en La conquista del pan, los bolcheviques preconizaban la centralización, la concentración de poder en manos del Comité Central del Partido. A pesar de estas divergencias una parte de los anarquistas se aproximaron a los bolcheviques y se integraron en el Partido Comunista, mientras que una parte de los bolcheviques, agrupados en torno a Oposición Obrera, la agrupación en la que militaba Alexandra Kolontai, la compañera de Lenin, defendían la democracia de masas y el papel fundamental de los sindicatos de clase. El X Congreso del PC, que tuvo lugar en marzo de 1921, abolió las facciones dentro del Partido. Del lema «todo el poder a los soviets» se pasó a «todo el poder al Partido», y más concretamente, a «todo el poder al secretario general del Partido». Los bolcheviques abandonaron para siempre el principio de la democracia participativa de los soviets que había sido el pilar mismo de la organización de las clases populares para resistir y hacer la revolución. «Quien debilita la disciplina de hierro del partido del proletariado (especialmente durante su dictadura) ayuda en realidad a la burguesía en contra del proletariado», había escrito Lenin en su libro La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, un libro que se publicó en 1918 [29].

También Trotski, que en su juventud se socializó en medios obreros libertarios, actuó de mediador entre anarquistas y bolcheviques pues su incorporación al Partido Bolchevique no se produjo hasta julio de 1917. Su popularidad antes, durante e inmediatamente después de la revolución fue enorme. Tuvo un protagonismo especial en la expansión de los soviets así como en la creación el 9 de octubre de 1917 del Comité Militar Revolucionario que jugó un papel decisivo en la Revolución de Octubre. Entre los altos responsables de ese comité había al menos cuatro anarquistas: Bleijman, Bogatsky, Shatov y Yarchuk. Cuando Trotski estaba a punto de cumplir los cincuenta años, en 1929, exilado en Prinkipo, cerca de Constantinopla, publicó su propia autobiografía. En el prefacio escribe: «Yo participé en las revoluciones de 1905 y de 1917. Fui Presidente del Soviet de diputados de San Petersburgo en 1905 y en 1917. Tomé parte activa en la Revolución de Octubre, y fui miembro del gobierno soviético. En calidad de Comisario del Pueblo para Asuntos Exteriores, fui responsable de las negociaciones de paz de Brest-Livotsk, con la delegación alemana, austro-húngara, turca y búlgara. En calidad de Comisario del Pueblo para la Guerra y la Marina consagré cerca de cinco años a la organización del Ejército Rojo y a la reconstrucción de la Flota Roja. Durante el año 20 añadí a ese trabajo la dirección de la red ferroviaria que estaba en desarrollo» [30]. Trotski, asediado en estos años por el estalinismo omite su importante papel en el aplastamiento de la insurrección anarquista de los marinos de Kronstadt. Tiene razón sin embargo en destacar su frenética actividad revolucionaria y su particular protagonismo en el soviet de Petrogrado.

Marinos de Kronstadt en 1918.

Emma Goldman, activista libertaría que criticó la dictadura bolchevique en Rusia, escribió que la derrota de los anarquistas no significa en absoluto la derrota de los ideales libertarios. La revolución es una protesta contra la injusticia, el sufrimiento, las desigualdades, la inhumanidad. Por eso frente a la ignorancia y la brutalidad la revolución libertaria preconiza nuevos valores y una nueva moral social basada en la solidaridad, la condena de la pena de muerte, la lucha contra el racismo y la promoción de la paz. «El fin último de todo cambio social revolucionario —escribe— es establecer el respeto a la vida, la libertad humana, el derecho de cada ser humano a la libertad y al bienestar» [31]. Sin embargo esos fines no siempre fueron compartidos por los libertarios partidarios de la guerra social. En este punto se produjo una vez más la confluencia entre anarquistas y bolcheviques partidarios de la violencia revolucionaria a partir de una común teoría de la guerra civil. Como escribía Lenin en1916: «quien reconozca la existencia de la guerra entre las clases debe reconocer la guerra civil que, en toda sociedad de clases representa la continuación, el desarrollo y la acentuación natural de la guerra entre las clases». La teoría de la guerra civil, compartida por marxistas revolucionarios y una buena parte de los anarquistas revolucionarios, es incompatible con el pacifismo libertario como pusieron de manifiesto en Rusia los anarquistas seguidores de las doctrinas de Tolstoi.

El escritor Hermann Hesse, el autor de El lobo estepario y de otras obras impregnadas de valores libertarios, defendió en momentos difíciles un ideal ético al que nunca quiso renunciar. Como escribía en una carta a su hijo Heiner el 10-VII-1932: «… aceptar el comunismo significa, para quien se pida cuentas a sí mismo, esta pregunta: "¿Quiero y apruebo la revolución? ¿Puedo admitir que unos sean asesinados para que otros vivan?". Ahí está el problema ideológico. Y para mí, que tuve que vivir la Guerra Mundial con plena conciencia y hasta la desesperación en el aspecto ideológico, esa pregunta queda contestada de una vez para siempre: yo no me concedo el derecho de colaborar en una revolución y matar» [32].

¿Cómo poner en marcha en la actualidad una revolución pacífica que procure el bienestar de todos? Sin duda esa revolución exige un desarrollo del proceso de civilización en nuestras sociedades del que aún nos encontramos alejados. Para aproximarnos a él es preciso cuestionar el prisma de análisis de la sociedad a partir de la violencia, un prisma que deriva en buena medida de la militarización de la teoría de la lucha de clases, y más concretamente de una concepción militarista del Estado. Herbert Spencer, por ejemplo, en su influyente libro El individuo contra el Estado, defendió repetidamente el origen militar del Estado, en tanto que agente de la codicia y la rapiña de unos pocos sobre las masas. «El gobierno ha nacido de la agresión y por la agresión», escribe [33]. Y su opinión fue en buena medida compartida por comunistas y libertarios. Sin embargo el Estado democrático basado en la democracia representativa es en parte una conquista de la Revolución Francesa y de la extensión de los derechos políticos para todos. Las mujeres no olvidan las luchas y el esfuerzo que supuso conquistar su derecho al voto. Así pues los totalitarismos, tanto el estalinismo como el fascismo, pusieron de relieve el valor y la importancia de la democracia representativa como una conquista a la vez histórica y social. Un pensador libertario, Saverio Merlino, defendió contra los fascistas, y en otro orden también contra su amigo y compañero Malatesta, el gobierno representativo, la democracia electoral como una conquista de hombres y mujeres de las clases trabajadoras [34].

Sin embargo la Revolución Rusa puso de manifiesto que la democracia representativa es insuficiente, que la democracia avanzada implica también la democracia participativa. El reto estriba hoy, por tanto, en la búsqueda de vías alternativas que nos permitan articular ambos modos de expresión de la democracia para hacer avanzar en nuestras sociedades un ideal de justicia y de humanidad por el que dieron la vida millones de ciudadanas y de ciudadanos anónimos.

(1 noviembre 2007)


NOTAS:
[12] Cf. Maximilien RUBEL, Stalin, Ediciones Folio, Madrid, 2004 p. 18.
[13] Cf. Maximilien RUBEL, op. c. pp. 13-14.
[14] Cf. Maximilien RUBEL, op. c. p. 63. La conquista del pan se publicó por vez primera en francés en 1892 y muy pronto se hicieron traducciones al español. Cf. P. KROPOTKIN, La conquista del pan, Jucar, Gijón, 1977.
[15] Cf. Marc FERRO, La Revolución rusa, Cuadernos Historia 16, Madrid, 1995, p. 26. Ferro señala que en junio de 1917 Lenin declaraba que su partido estaba dispuesto a tomar el poder cuando sólo disponía de cien elegidos en el Congreso de los soviets sobre 850 representantes (p. 19).
[16] LENIN, ¿Qué hacer?.
[17] El libro de Plejanov ha sido traducido al español: Cf. Jorge PLEJÁNOV, Contra el anarquismo, Ed. Calden, Buenos Aires, 1969. En esta obra el introductor del marxismo en Rusia arremete contra el anarquismo por considerarlo una «doctrina esencialmente burguesa. Un anarquista, escribe, es un hombre que, si no es un confidente, está condenado a obtener siempre y en todas partes precisamente lo contrario de lo que se propone obtener» (p.110).
[18] Cf. LENIN, El Estado y la revolución, p. 65.
[19] Cf. LENIN, op. c., p.60.
[20] Cf. LENIN, op. c., p.146.
[21] Cf. Rosa LUXEMBURGO, «Problemas de organización en la socialdemocracia rusa» en Obras escogidas, T. I, Ed. Ayuso, Madrid, 1978, p.120.
[22]
Cf. Rosa LUXEMBURGO, «La revolución rusa» en Obras escogidas, T. II, Ed. Ayuso, Madrid, 1978, p.144.
[23]
Cf. Anatol GORELIK, «Les anarchistes dans la Revolution russe» en VVAA. Les anarchistes dans la Revolution russe, op. c. Según Gorelik en el Congreso Anarquista de Járkov que tuvo lugar el 25 de diciembre de 1927 se comprobó que los grandes centros industriales de Donetsk, Petrogrado y Moscú, así como en las ciudades industriales el influjo libertario era importante hasta el punto de que en algunos de estos centros «los anarquistas llegaban incluso a sumir la dirección de las masas» (p. 63).
[24]
Cf. Marc FERRO, La Revolución rusa, op. c. p. 26.
[25]
Cf. Marc FERRO, op. c. pp. 30-31.
[26]
Citado por Antonio ELORZA, «El Octubre rojo de Lenin» en Protagonistas del siglo XX, El País, 2000, nº 6, p. 130.
[27]
Sobre este atentado véase el estudio de Alexandr SKIRDA, «La contre-terreur revolutionnaire, l’attentat de Kovalevitch» en Jacques BAYNAC, La terreur sous Lenine, Sagittaire, Paris, 1975, pp.277-289.
[28]
Véase el documentado artículo de Elena HERNADEZ SANDOICA, «De Lenin a Stalin» en Historia 16. Siglo XX. Historia Universal nº 10, Madrid, 1983, pp.7-70. Véase también Jean Jacques MARIE, La guerre civile russe (1917-1922). Armés paysannes rouges, blanches et vertes, Autrement, París, 2005. Así como Jean Jacques MARIE, Cronstadt, Fayard, París, 2005. Unos meses después del aplastamiento de Kronstadt, en agosto de 1921 el dirigente anarquista de Ucrania, Néstor Majnó, se refugió en Rumania tras ser derrotado, de modo que el camino para el partido único de los bolcheviques quedaba expedito.
[29]
Citado por Jorge SABORIDO, La revolución rusa, Dastin SL, Madrid, 2006, p. 136. Sobre el proceso de concentración del poder tras la revolución véase el lúcido análisis de G. ORWELL en Rebelión en la granja.
[30]
Cf, Lev TROTSKI, Ma vie, Ed. Pionniers, París, 1947, p. 12. Trostki señala que cuando se creó el soviet de Petrogrado el Comité central de los bolcheviques «se oponía a una organización representativa sin partido» (p. 47). Lo importante es que terminaron finalmente por aceptarla.
[31]
Cf. Emma GOLDMAN, «Pourquoi la revolution russe n’a pas realisé ses espoirs» en VV.AA. Les anarchistes dans la Revolution russe, op. c. p. 173. Según Nettlau el título de este texto no fue elegido por la autora. Cf. Max NETTLAU, La anarquía a través de los tiempos, Jucar, Gijón, 1978, p. 172.
[32]
Cf. Hermann HESSE, Escritos políticos 1932/1962, Bruguera, Barcelona, 1978, p.10.

[33] Cf. Herbert SPENCER, El individuo contra el Estado, Ed. Folio, Barcelona, 2002, p. 68. En la medida en que «la moral del gobierno es una moral de guerra» Spencer deduce que a «la superstición del derecho divino de los reyes sucede la superstición del derecho divino de los parlamentos». Olvida que tanto los parlamentos como la democracia representativa son conquistas históricas fruto de un enorme esfuerzo colectivo.
[34]
Merlino critica la idealización de los seres humanos de los anarquistas, concretamente en la obra de Kropotkin, y defiende la posibilidad de una alianza entre el movimiento libertario y el socialismo democrático que respetase la democracia representativa sin abandonar la participación política de las masas. Cf. Saverio MERLINO, L’individualisme dans l’anarchisme, La societé nouvelle, Bruselas, 1893.


Archivo en PDF:
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