domingo, 5 de noviembre de 2017

La Revolución rusa, una revolución libertaria (I)



A 100 años de la Revolución Rusa

 Por FERNANDO ÁLVAREZ-URÍA

Introducción

La Revolución Rusa, que tuvo lugar hace ahora 90 [100] años, fue, tras la Revolución Francesa, el momento tantas veces soñado por los trabajadores del mundo para alcanzar la emancipación social. En Petrogrado, en Moscú, en el Imperio ruso, que durante siglos había estado supeditado al poder absoluto de los zares, campesinos, obreros y soldados protagonizaron unas jornadas revolucionarias que conmocionaron al mundo. Prestigiosos historiadores, como Eric Hobsbawm, contemplan el siglo XX predominantemente desde el enorme impacto social y cultural producido por la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, una revolución que se inició en febrero de 1917, (marzo en el calendario europeo), con la abdicación del zar, y que se prolongó y triunfó posteriormente en octubre del mismo año (noviembre del calendario europeo) con la Toma del Palacio de Invierno por los revolucionarios. Una ola de solidaridad internacional sacudió los cimientos de la Tierra pues los proletarios, los parias de la Tierra, creyeron que se aproximaba el amanecer del socialismo para todos. Las esperanzas sin embargo se frustraron ya que no se produjo la tan esperada Revolución internacional. El sistema soviético, nacido de la revolución, derivó en un Estado totalitario y su ocaso se produjo a finales del siglo XX. El derrumbamiento del comunismo quedó bien simbolizado en la caída del muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989. Desde esa perspectiva el siglo XX es un siglo corto que se inicia con el triunfo de la Revolución de Octubre y se cierra con la desaparición de la Unión Soviética [1]. Vivimos hoy en el nuevo escenario del poscomunismo. Ahora bien el fracaso de la Revolución de Octubre no significa que los ideales de igualdad, de justicia, de solidaridad, hayan pasado a mejor vida. Necesitamos aprender de los errores del pasado para avanzar, necesitamos también diagnosticar el presente a partir de nuestro inmediato pasado, reflexionar en suma a partir de la historia para abordar con mayor perspectiva y con mayor conocimiento de causa la nueva cuestión palpitante que es la cuestión de la posibilidad misma de promover el socialismo.

Prácticamente desde que se produjo la Revolución rusa comenzaron las tergiversaciones históricas y las sesgadas historias de prestigio. Es ya una idea recibida que los bolcheviques, guiados con mano maestra por Lenin, hicieron la revolución en Rusia para implantar el comunismo. Sin embargo la Revolución rusa no es, como pretenden demasiados historiadores, prácticamente un pleonasmo de la Revolución bolchevique, pese a que numerosos marxistas han forjado esta especie de imagen de marca de la Revolución en la que no aparecen los diferentes grupos de oposición al zar, y, entre ellos, las resistencias de anarquistas y libertarios. Intentaré mostrar que ni Lenin, ni el Partido bolchevique liderado por él, constituyen el único y principal motor de la Revolución rusa. El principal motor fueron los obreros y campesinos rusos reunidos en los soviets. Los consejos de obreros, campesinos y soldados inauguraron una nueva vía de expresión de la democracia directa.

La Rusia de los zares fue un Imperio tiránico, semifeudal, de carácter agrario, en el que la resistencia popular, especialmente campesina, encontró una razón para rebelarse en un ideal comunitario. El pensamiento de diferentes escritores y revolucionarios rusos como Bakunin, el «príncipe» Kropotkin, Lev Tolstoi, entre otros, fue un pensamiento antiautoritario que inspiró a diferentes tendencias del anarquismo ruso, desde el anarquismo individualista hasta el anarquismo comunista, desde el anarquismo que aceptaba la violencia y el recurso al terror, hasta el anarquismo pacifista partidario de la abolición de la pena de muerte y de la supresión de toda violencia. Todos ellos coincidían sin embargo en un sentimiento compartido: la fobia al Estado. Tras la Revolución de Octubre de 1917 los bolcheviques se hicieron con el poder, y, su gobierno se hizo en detrimento de los soviets, en nombre del centralismo democrático, de modo que acabaron por erigir un Estado autoritario que alcanzó su más terrible materialización bajo el poder dictatorial del camarada Stalin.

¿Cómo, por qué, a través de qué procesos una revolución popular, basada en la democracia de los consejos de trabajadores, acabó convirtiéndose en un sistema autocrático, caudillista, dictatorial? Para responder a esta cuestión, más que responsabilizar a Lenin, o a Stalin o a ambos, de la deriva absolutista, más que abordar la cuestión en términos de culto a la personalidad, me parece que es preferible dar un rodeo por el tipo de relaciones que mantuvieron los anarquistas rusos y los bolcheviques en los primeros años de la revolución: ¿Cuál fue el papel de los libertarios en la Revolución de Octubre? ¿Cuándo, cómo, por qué se produjo el enfrentamiento entre los anarquistas y los bolcheviques? Una expresión de la enorme sima de separación que se fue produciendo entre los comunistas rusos y los anarquistas la podemos encontrar no sólo en las memorias y testimonios de los anarquistas represaliados, sino también en la Gran Enciclopedia Soviética de 1950 en la que se definía del siguiente modo el término Anarquismo: «Corriente sociopolítica reaccionaria, pequeño-burguesa, hostil al socialismo científico del proletariado, que bajo la forma de una negación de todo poder de Estado y de la lucha política, subordina los intereses del proletariado a los intereses de la burguesía, y niega la dictadura del proletariado» [2]. La manifiesta incompatibilidad que se produjo en Rusia entre el comunismo y el anarquismo tras la revolución, un enfrentamiento que venía de lejos, no debe darse por supuesta pues de hecho antes y durante el proceso revolucionario se produjo una estrecha colaboración de los revolucionarios en el interior de los soviets. Prueba de ello es que en 1922 un total de 633 miembros del Partido bolchevique habían sido antiguos anarquistas, de modo que el anarco-bolchevismo integrado en los soviets, y no los bolcheviques, fueron el alma de la Revolución de Octubre [3].

A finales del siglo XIX coexistían en los movimientos de la izquierda rusa diferentes posiciones políticas unidas por el objetivo común de derrocar al zar y poner término a un sistema político semifeudal. Partidarios de la acción directa de la izquierda revolucionaria, que no dudaron en apelar a la propaganda mediante los asesinatos y los actos terroristas —entre ellos un hermano de Lenin, Alexandr, que fue ejecutado por la justicia zarista—, nihilistas románticos, socialdemócratas partidarios de un gobierno democrático parlamentario, socialistas marxistas revolucionarios que preparaban la revolución generalmente desde el exilio, republicanos de la pequeña burguesía, seguidores del pacifismo auspiciado por Tolstoi, comunitaristas cristianos, y otros, incluidos los kadetes, componían el amplio fresco de los enemigos de la Rusia de los popes, de los enemigos de los aristócratas que monopolizaban la propiedad de la tierra, y de los zares.

La autocracia zarista tenía sojuzgado
al pueblo ruso.

La idea de que la Revolución rusa fue una revolución leninista reposa en el presupuesto implícito de que sólo los grandes hombres cambian la historia. Frente a los grandes hombres el pueblo anónimo queda tan sólo reducido a una especie de magma formado por sujetos sin atributos a quienes tan sólo les corresponde obedecer órdenes emanadas de unas minorías directoras. En las páginas que siguen trataré de plantear la necesidad de repensar la Revolución rusa a partir de la cooperación y de la confrontación interna entre el socialismo libertario y el marxismo revolucionario de los bolcheviques con el fin de plantear la necesidad de repensar en la actualidad la posibilidad de reconstruir, a partir de las experiencias del pasado, un socialismo democrático alternativo que nos permita avanzar frente al actual empuje neoliberal. El fin del comunismo no es el fin de la historia, sino más bien el fracaso de un Estado autoritario y burocrático que negó las libertades y reprimió con brutalidad toda disidencia.


Zarismo y represión penal

Fiodor Mijailovich Dostoievski, a quien su padre, el Doctor Dostoievski, había destinado a convertirse en ingeniero militar, abandonó la academia militar en 1844 y dos años más tarde publicó su primera novela: Las pobres gentes. Desde ese momento fue saludado no sólo como un gran escritor sino también como un socialista amigo del pueblo y por tanto enemigo de la autocracia de los zares. Al año siguiente Dostoievski frecuentaba los viernes la casa del escritor Petrashevski en donde un grupo de intelectuales leía y comentaba los escritos de Fourier, de Saint-Simon, de Proudhon, de Cabet. Entonces estaba a punto de estallar en las grandes ciudades de Europa la gran Revolución de 1848. El grupo contaba con una impresora clandestina en donde se imprimían textos que circulaban al margen del control de la censura. El 23 de abril de 1849 dos policías irrumpieron a las cuatro de la madrugada en la casa del joven Fiodor Dostoievski. En total 36 miembros del grupo Petrashevski fueron detenidos. En la biblioteca de Dostoievski la policía encontró varios libros prohibidos, entre ellos De la celebración del domingo de Proudhon, y las Entrevistas socialistas de Eugène Sue. Durante los meses que duró la instrucción del proceso Dostoievski estuvo recluido en una celda de la célebre Fortaleza de Pedro y Pablo en donde más tarde también fue recluido Kropotkin. El príncipe anarquista ruso nos describe en sus Memorías algunos de los rasgos de este recinto carcelario en el que se imprimía a fuego, sobre el cuerpo de los condenados, la obligación de respetar la omnipotencia de los zares: «Durante ciento setenta años, desde la época de Pedro I, los anales de esta gran mole de piedra que se erige a orillas del Neva, frente al Palacio de Invierno, fueron anales de torturas y asesinatos, de hombres enterrados vivos, condenados a una muerte lenta o conducidos a la locura en la soledad de las oscuras y húmedas mazmorras. Aquí los decembristas, que fueron los primeros en proclamar en Rusia las ideas republicanas y la abolición de la esclavitud, sufrieron sus primeros martirios, dejando huellas que aún permanecen en esta Bastilla rusa. En esta fortaleza estuvieron encarcelados los poetas Riléiev y Shevchenko, Dostoievski, Bakunin, Chernishevski, Písarev y tantos otros contemporáneos. (…) Todas estas sombras se alzaban ante mí, pero mis pensamientos se fijaron especialmente en Bakunin, que había sido encarcelado después de 1848 y atado a la pared de una fortaleza austríaca durante dos años. Después fue entregado a Nicolás I, quien lo envió a la fortaleza seis años más, para finalmente salir, tras la muerte del zar de hierro, más vivo y lleno de fortaleza que sus camaradas que habían permanecido en libertad. Me dije a mi mismo: "Si él ha sobrevivido yo también puedo. ¡No sucumbiré aquí!"» [4].

El 16 de noviembre de 1849 se hizo pública la sentencia contra Dostoievski. Era condenado a la degradación, a la confiscación de todos sus bienes y a la pena capital. Tres días más tarde la piedad del zar hizo posible que la pena fuese conmutada por ocho años de trabajos forzados en Siberia. El día de Navidad de ese mismo año, con los grilletes puestos, iniciaba su viaje hacia la fría estepa siberiana en donde permaneció cuatro años. Conocemos los avatares de su estancia en el Gulag pues el propio Dostoievski nos lo contó en sus Recuerdos de la casa de los muertos [5]. El gran escritor ruso iniciaba así una saga de escritos sobre la colonia penitenciaria rusa que ponen bien de manifiesto los horrores del zarismo. Los campos de concentración siberianos son la otra cara de los lujosos palacios de San Petersburgo y Moscú. Por ellos pasaron intelectuales y revolucionarios como Dostoievski, Kropotkin, Lenin, Trotski, y más tarde, en los tiempos de Stalin, otros escritores como por ejemplo Alexandr Solzhenitsyn.

En la primavera y el verano de 1890 el escritor Antón Chejov hizo una expedición a la colonia penitenciaria siberiana. El mismo lo denominó un viaje al infierno. Fruto de ese viaje es el libro La isla de Sajalín en donde con el espíritu positivista del entomólogo pasó revista al degradado mundo de los reclusos [6]. Los malos tratos eran la norma, y el libro de Chejov sirvió al menos para mitigar las inhumanas condiciones de los penados de ambos sexos, y de los niños que malvivían en el archipiélago penitenciario.

Los responsables del aparato represivo de la Rusia de los zares inventaron el campo de concentración que los nazis convirtieron en campo de exterminio. Los confinamientos de los penados rusos en Siberia aparecieron así como la expresión material de la barbarie absolutista de los zares, una violación flagrante de los derechos humanos de los acusados.

Los revolucionarios Bakunin y Kropotkin
bien conocieron la represión del régimen de los zares.

Cuando se produjo la Revolución de Febrero de 1917, el 27 de febrero se organizó en Petrogrado un soviet de obreros y soldados que retomaba la tradición espontaneísta, libertaria, de la Revolución de 1905. Cuando 3 de marzo de 1917 se produjo la abdicación del zar Nicolás II el regreso de los exiliados y de los deportados a Siberia dio un impulso decisivo a la revolución social. De hecho el 23 de octubre, tras producirse la ruptura entre el Estado Mayor y el Comité Militar Revolucionario la guarnición de la Fortaleza de Pedro y Pablo se unió a la revolución. Era algo así como un nuevo asalto pacífico de la Bastilla. Al día siguiente el Gobierno Provisional atrincherado en el Palacio de Invierno se rendía al poder soviético. El segundo Congreso de los Soviets, con mayoría bolchevique, asumió el poder y eligió un gobierno de comisarios del pueblo presididos por Lenin. Sin embargo los encierros inhumanos pervivieron bajo los gobiernos bolcheviques presididos por Lenin y por Stalin. Este último convirtió a la colonia penitenciaria en la más brutal expresión de su poder dictatorial.

En 1918, seis semanas después de la Revolución de Octubre, los bolcheviques crearon la Cheka (Comisión Extraordinaria Pan-Rusa) que, con la finalidad de «combatir la contrarrevolución y el sabotaje», se convirtió en realidad en la nueva policía política. Pocos días después se creó un tribunal revolucionario para juzgar y condenar a quienes organicen revueltas contra el Gobierno Obrero y Campesino, «a quienes se le opongan activamente o no le obedezcan, a quienes inciten a otros a ponérsele o a desobedecerle». Como señala E. H. Carr, quien en una historia abreviada de la revolución apenas habla del anarquismo, «en abril de 1918 fueron arrestados en Moscú varios cientos de anarquistas» [7]. Por su parte Solzhenitsyn escribe en Archipiélago Gulag lo siguiente: «Ya en la primavera de 1918 fluye una incesante riada de socialtraidores, una riada que duraría muchos años. Todos estos partidos —socialistas revolucionarios, mencheviques, anarquistas, socialistas populares— estuvieron haciéndose pasar por revolucionarios durante décadas, ocultos bajo una máscara, y si habían estado en presidio era también para seguir fingiendo. Y sólo bajo el impetuoso cauce de la revolución se descubrió la esencia burguesa de estos "socialtraidores". ¡Qué cosa más natural, pues, que proceder a su arresto! Tras los kadetes, tras la disolución de la Asamblea Constituyente y el desarme del regimiento de Preabrazhenski y otros, empezaron a arrestar poco a poco, primero disimuladamente, a socialistas revolucionarios y a mencheviques. Desde el 14 de junio de 1918, día en que fueron expulsados de todos los soviets, estos arrestos fueron más numerosos y frecuentes. A partir del 6 de julio se llevaron también a los socialistas revolucionarios de izquierdas, que de manera pérfida y prolongada se habían hecho pasar por aliados del único partido consecuente del proletariado. A partir de entonces bastaba que en cualquier fábrica o en cualquier pequeña ciudad hubiera cierta agitación obrera, descontento o huelgas (hubo muchas en el verano de 1918, y en marzo de 1921 sacudieron Petrogrado, Moscú y después Kronstadt, que forzaron el establecimiento de la NEP), para que a la vez que se calmaba a la población, haciendo concesiones para satisfacer las justas reivindicaciones de los trabajadores, la Cheka apresara en silencio, de noche, a mencheviques y socialistas revolucionarios como auténticos culpables de aquellos disturbios. En el verano de 1918 y en octubre de 1919 se encarceló en masa a los anarquistas» [8]. ¿Se trata de la opinión infundada de un contrarrevolucionario? Todo parece indicar que no, aunque habrá que esperar a que hablen los archivos mantenidos durante casi un siglo sometidos a la ley del silencio.

La primera sentencia de muerte decretada por el tribunal revolucionario tuvo lugar en junio de 1918. Hasta entonces la pena de muerte había sido abolida pues el II Congreso Pan-Ruso de los Soviets la abolió «incluso en el frente». En ese mismo año de restablecimiento de la pena de muerte, en 1918, Lenin publicó el libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky en el que lanzaba un ataque contra el reformismo socialdemócrata en nombre de la Revolución proletaria mundial. El término 'socialdemócrata' fue sustituido por el de 'comunista' que era una expresión con la que frecuentemente se conocía a los anarquistas comunitaristas. Son numerosos los testimonios de los crímenes del estalinismo, así como los relatos que nos hablan de los horrores del gulag. El libro de Solzhenitsyn es, en este sentido, impresionante, pero no es el único como ponen de manifiesto las obras de Varlam Shalamov, D. Vitkovski y E. Guizburg, entre otros. Sin embargo Solzhenitsyn en materia penitenciaria no establece una radical diferencia entre Lenin y Stalin. ¿Cómo, por qué se pasó de la democracia de los soviets a la perpetuación del peor absolutismo zarista en la época de Stalin? Para tratar de responder es preciso que antes demos un pequeño rodeo por las controvertidas relaciones entre el anarquismo y el marxismo.


Anarquismo y marxismo

Son bien conocidas las polémicas que se produjeron en el siglo XIX entre Marx y Proudhon, y Marx y Bakunin. En términos generales lo que diferenciaba a Marx y sus seguidores de los dos inspiradores del anarquismo era su planteamiento político frente al planteamiento predominantemente social de los libertarios. Para Marx la toma del poder por el proletariado era la condición ineludible para instaurar el socialismo mientras que el cooperativismo y mutualismo de Proudhon, la creación de comunas, las políticas prácticas, experimentales, de autogestión, de colectivización, es decir, las experiencias de democracia directa de los productores, sentaban las bases de la emancipación de los propios trabajadores. En el Congreso de la AIT que tuvo lugar en Génova del 3 al 8 de septiembre de 1866 estalló ya de forma abierta el debate entre los delegados franceses proudhonianos y las tesis políticas de Marx defendidas por el Comité Central de la AIT. Para Marx el movimiento cooperativista era limitado, por lo que, como expresaba el manifiesto fundacional de la AIT de 1864 «el gran deber de la clase obrera es conquistar el poder político». Los cooperativistas, por su parte, consideraban que la extensión de las experiencias de vida y trabajo alternativas constituían la verdadera vía de solución de la cuestión social. Así lo pone de manifiesto Proudhon en su libro póstumo publicado también en 1864 y titulado La capacidad política de la clase obrera. En esa obra Proudhon presenta como se debe entender la revolución desde un punto de vista antiautoritario: «Una revolución social, como la de 1789, continuada por la democracia obrera, es una transformación que se cumple espontáneamente en todas y cada una de las partes del cuerpo político. Es un sistema que sustituye a otro sistema, un organismo nuevo que reemplaza a una organización decrépita. Más esta sustitución ni se hace en un instante, ni se verifica por mandato de un maestro armado de su teoría, ni bajo la palabra dictada por ningún iluminado. Una revolución verdaderamente orgánica, por más que tenga sus mensajeros y sus ejecutores, no es obra de nadie en particular. Es una idea que se presenta por de pronto elemental y asoma como un germen, sin presentar nada de notable y aun pareciendo tomada de la sabiduría popular, pero que luego, de improviso, adopta un desarrollo imprevisto y llena al mundo con sus instituciones» [9].

En otro Congreso de la AIT que tuvo lugar en Basilea en septiembre de 1869 Bakunin defendió el papel de las minorías a la hora de iniciar la Revolución. Defendió también que es la sociedad quien forma a los individuos. Y por último propuso «la destrucción de todos los Estados nacionales y territoriales y sobre sus ruinas construir el Estado internacional de millones de trabajadores». Sin embargo el gran enfrentamiento entre Marx y Bakunin estalló a partir de la famosa Comunicación Confidencial del Consejo General que se saldó con la ruptura entre la AIT y la Alianza de la Democracia Socialista de Bakunin y los anarquistas. En esa Comunicación Marx calificaba a Bakunin como «uno de los hombres más ignorantes en el terreno de la teoría social». El Consejo General belga de la Internacional enviaba el 16 de enero de 1969 una carta dramática a los escindidos de la Alianza en la que entre otras cosas les decían: «Al igual que vosotros somos enemigos de todo despotismo y reprobamos toda acción política que no tenga por objetivo inmediato y directo el triunfo de la causa de los trabajadores contra el capital (…) Al igual que vosotros reconocemos que todo los Estados políticos y autoritarios, actualmente existentes, deben reducirse a simples funciones administrativas de servicios públicos en sus países respectivos, y desaparecer finalmente en la unión universal de las libres asociaciones, tanto agrícolas como industriales. Al igual que vosotros, en fin, pensamos que la cuestión social no puede encontrar su solución definitiva y real más que sobre la base de la solidaridad internacional universal de los trabajadores de todos los países. Sólo tenemos un país, el Globo; una única patria, la Humanidad» [10].

Más allá de las diferencias entre los pretendidamente intelectuales burgueses burocratizados, que formaban parte de la AIT, y los obreros federalistas y descentralizadores defensores de la autogestión de la sociedad, integrados en la Alianza, todos ellos, tanto los marxistas como los anarquistas, compartían la fobia al Estado. Diferían sin embargo abiertamente sobre el papel del Estado en el proceso de transición al socialismo.
 
La Cheka, policía política creada por
los bolcheviques y más represiva.

La tradición antiestatalista, compartida por el grueso del movimiento obrero, se explica por la permanente política de persecución, hostigamiento y violencia desplegada por los gobiernos burgueses contra los trabajadores. La represión sangrienta, mediante el recurso al aparato militar, las detenciones policiales, los juicios sumarísimos, las deportaciones estaban a la orden del día. Correlativamente durante todo el siglo XIX se produjo una extensa literatura contra el Estado que iba desde las proclamas antigubernamentales de Godwin hasta el Así habló Zaratustra de Nietzsche, pasando por El individuo contra el Estado de Herbert Spencer [11].

Karl Marx, a diferencia de Lassalle, vio siempre al Estado burgués como la encarnación de la dictadura de clase. También los anarquistas, inspirados en el pensamiento de Stirner, de Spencer, y también en el Zaratustra de Nietzsche, consideraron al poder estatal como el enemigo a abatir. Pero mientras que los anarquistas proponían tras la destrucción del Estado burgués el libre y espontáneo desarrollo de la sociedad libertaria autogestionada, Marx y Engels defendieron la necesidad de que las clases trabajadoras se apropiasen del Estado para destruir el orden burgués y, a través de la 'dictadura del proletariado', abrir el camino hacia el socialismo.

En el otro polo, en el marco de la burguesía, mientras que los liberales defendieron su proyecto de la sociedad de mercado, que implicaba la reducción del poder del Estado a la mínima expresión, los conservadores defendieron la necesidad de que una elite del poder ejerciese su dominio sobre las masas ignorantes y mantuviese intactas las instituciones legítimas heredadas.

Entre estas posiciones extremas únicamente los socialdemócratas moderados y los republicanos defendieron la necesidad de un Estado social, un Estado democrático y de derecho, expresión de la voluntad popular y que a través de instituciones de propiedad social fuese capaz de articular una sociedad relativamente integrada. Sin embargo esta posición fue, en el primer cuarto del siglo XX sometida a una dura crítica por los seguidores del marxismo y del anarquismo, partidarios todos de la revolución proletaria. Entre las obras canónicas de la nueva concepción del Partido y del Estado podemos citar Reforma y revolución, de Rosa Luxemburg que se publicó en 1900 contra el revisionismo de Bernstein, así como algunas obras canónicas de Lenin. En su libro ¿Qué hacer?, publicado en 1902, Lenin define las tareas del Partido político revolucionario, y en El Estado y la revolución, que se publicó en 1917, en íntima relación con la Revolución rusa, plantea la cuestión de la transición al socialismo. En esta última obra Lenin defiende una vez más la necesidad de apelar a la dictadura del proletariado para consolidar la revolución. «El proletariado, escribe, tiene necesidad del Estado, de la organización centralizada de la fuerza y de la violencia, con el fin de aplastar la resistencia de los explotadores y también para guiar a las grandes masas de la población (campesinos, capas inferiores de las clases medias, semi-proletariado) en la obra de reconstrucción socialista». Por último, en 1923 vio la luz el influyente libro de G. Lukacs, Historia y conciencia de clase en donde el intelectual húngaro, discípulo de Max Weber y de Simmel, pero también leninista acérrimo, aborda la cuestión de la organización para la revolución y avala el predominio del partido sobre las masas pues, como afirma textualmente en su libro, tan sólo el partido revolucionario «posee una visión de conjunto del entero camino histórico».

[Continuará…]

(1 noviembre 2007)



NOTAS:
[1] Cf. Eric HOBSBAWM, Historia del siglo XX, Crítica, Barcelona, 2003. Hobsbawm sostiene que las repercusiones de la Revolución de Octubre fueron mucho más profundas y generales que «las de la Revolución Francesa (…). La Revolución de Octubre originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que ha conocido la historia moderna» (p. 63).
[2] Les anarchistes dans la Revolution russe, La Tête de feuilles, Paris, 1973, p.13.
[3] La cifra la proporciona el historiador ruso Kenev y ha sido retomada por Skirda. Cf. Alexandr SKIRDA, «L’Octobre libertaire» en VVAA. Les anarchistes dans la Revolution russe, op. c. p. 42.
[4] CF. Piotr A. KROPOTKIN, Memorias de un revolucionario, KRK, Oviedo, 2005, pp. 675-677. Kropotkin que estuvo detenido también en la cárcel de Clairvaux publicó en 1886 una lúcida crítica de las prisiones. Cf. KROPOTKIN, Las prisiones, Pequeña Biblioteca Cálamus, Barcelona, 1977.
[5] He consultado la edición francesa con un documentado Prólogo de Claude Roy: DOSTOÍEVSKI, Souvenirs de la maison des morts, Gallimard, París, 1950.
[6] Hay una traducción al español: Antón CHEJOV, La isla de Sajalín, Ediciones Ostrov, Madrid, 1998.
[7] Cf. E. H. CARR, La revolución rusa. De Lenin a Stalin (1917-1929), Alianza, Madrid, 2002, p. 37.
[8] Cf. Alexandr SOLZHENITSYN, Archipiélago Gulag (1918-1956), Mondadori, Madrid, 2002, pp. 52-53. Solzhenitsyn señala que «en el verano de 1918 y en abril y octubre de 1919 se encarceló en masa a los anarquistas» (p. 53). Y añade más adelante: «En este mismo 1921 se intensificaron y sistematizaron los arrestos de socialistas de otros partidos. En realidad ya habían terminado con todos los partidos de Rusia a excepción del que había triunfado» (p. 57).
[9] Cf. Pierre J. PROUDHON, La capacidad política de la clase obrera, Ed. Proyeccion, Buenos Aires. 1974, p. 48.
[10] Cf. La Première Internationale, Union Général d’Editions, Paris, 1976, pp. 354-355.
[11] Esto explica que se pueda escribir el libro de Maximilien RUBEL y Louis JANOVER, Marx anarquista, Etcétera, Barcelona, 1977.